por Olga Ferrari
Una intrincada red de ramas oculta el espacio donde se inició el fuego.
Las llamas salen por una ventana inexistente.
Quise respirar otra vez el aroma a eucaliptos en el mismo momento en que el viento cambió de dirección y arrojó largas trenzas de fuego.
Nacida de un relámpago la lluvia pasa en filamentos que no regresan y se alejan en los arpegios del viento.
La espesa red no deja ver que la tierra se hunde.
El humo me enceguece, algo explota, llueven piedras y lodo.
Siento que me quiebro sin que nada se desprenda de mi cuerpo, pero no me puedo levantar.
Una fría luz se estrella en la maleza.
Sobre mi pecho cae una sombra, tiene mi rostro, grita.
El humo la ahoga.